jueves, 26 de noviembre de 2009

Orujo (capítulo II)

Se acercaba la fecha de la boda y seguíamos sin tener el orujo.Teniendo en cuenta que algunas botellas se las teníamos que mandar a mi madre, empezaba a correr prisa. En agosto tenía unos días de vacaciones así que decidí hacerme los 50 kilómetros de autopista hasta la empresa para solucionar el asunto. En agosto tenemos a Blancanieves con nosotros. La llamo así porque soy su madrastra y las madrastras somos así, malvadas. Así que ahí nos fuimos las dos, en mi forito, a comprar orujo.

La fábrica está en un polígono industrial (que lo ponía en su página web). Pregunté a la única persona que encontré y finalmente dí con ella. Aparqué lo más cerca que pude de la puerta y me acerqué a la entrada de la tienda. Abro la puerta y ...joe, qué olor a alcohol. Bueno, normal, ¿a qué quieres que huela?, ¿a chorizo?

Hay una tipa detrás del mostrador, apenas se le ve el tupé. A la derecha una estantería con botellas. Voy al fondo y le digo a la tipa quién soy.
- Ah, sí. Mira, ya tengo preparadas aquí las botellitas.
Se levanta y sale de detrás del mostrador. Yo alucino un poco de que haya encontrado unos pantalones cortos y un top de su talla en alguna tienda del mundo. Lo mismo es que se cose ella misma sus trapitos. Perdón, el top era de ganchillo, así que no sólo cose sino que además tricota.

Se acerca a una caja que hay en el suelo y me la abre. Allá, en una caja suficientemente grande como para guardar un sofá de Ikea están mis botellitas, bailando y tintineando unas con otras. No es que no le pusiesen plástico de ese de burbujitas, es que no llevaba ni hojas de periódico en los huecos. Con razón no se hacen responsables de que no se rompan. Hay que ser burros.

En fin. Queda por encontrar un formato de envase en el que me sirvan los tres tipos de bebida. Me acerco a las estanterías y empiezo a comprobar los tamaños. Me doy cuenta de que los precios no están indicados en ningún sitio.
- Oye, ¿y los precios?
- Los precios los tengo yo aquí.
Vuelve a salir de detrás del mostrador, portando un folio. Se acerca a mí con el folio. No me lo tiende para que lo vea. No.
- ¿Qué precio quieres saber?
Pues más o menos todos, claro. Lo que quiero es saber si una botella de litro me sale 3 veces más baratas que dos de medio litro. Pero veo que eso no va a funcionar, porque cuando me acerco e intento mirar el contenido del folio, ella lo protege contra su -inmenso- pecho. Me armo de paciencia, esto va a llevar tiempo.

Cojo una frasca de la estantería, miro la etiqueta y pone "40cl".
- Por ejemplo, esta frasca de 40 cl...
- Es de 50cl.
Miro la etiqueta de nuevo. Yo tengo miopía pero de cerca nunca me habían fallado los ojos.
- Pone 40.
- Es de 50.
- ¿Me estás diciendo que la etiqueta está mal?
- Te estoy diciendo que es de 50.
Juro que ni siquiera pestañeó. Blancanieves, que conoce mi temperamento tempestuoso, me agarra la mano y susurra "tranquilaaaa". Es la caña. Tiene 10 años pero le da 100 vueltas al 90% de la gente adulta.

- Bueno, vale, pues esta frasca de 50 cl, ¿qué precio tiene?
- Con el licor de alcachofa, tantos euros.
- Y con el de lechuga?
- Ah, no, con el de lechuga no hay ahora.
Había dicho ya que es la fábrica, ¿verdad?
- ¿No me lo podéis sacar de la fábrica?
- No, porque no hay etiquetas.
Vale. Ahí ya me quedé sin palabras. Yo estaba considerando la problemática de combinar distintos tipos de licores con distintos tipos de envases. No había considerado la tercera variable de la ecuación: las etiquetas. De todas formas, visto que ponían etiquetas de 40 en frascas de 50, no entendí porqué de repente la carencia de etiquetas adecuadas preocupaba a la rubia. Pero le preocupaba, le preocupaba tanto que se negó a darme los precios de las combinaciones que no podía suministrar correctamente etiquetadas.

Tuve que repasar prácticamente la totalidad del muestrario para conseguir un envase en el que me pudiesen suministrar los tres licores que yo quería. Y al final tuvo que ser la botella de medio litro. Yo ya no tenía claro ni cuánto me iban a costar, me dolía la cabeza del olor a alcohol y empezaba a temer que Blancanieves se pillase el primer pedo de su vida por intoxicación dérmica.

Cuando le dije cuántas botellas quería, se dio cuenta de que no tenía bastantes en las estanterías, pero llamó a la fábrica para que trajesen las que faltaban. Mientras llegaban, había que hacer cuentas. La factura de las botellitas que ya tenía listas estaba ya hecha. De las que cogí allá me dijo el importe total de viva voz. Le pedí por favor que me lo sumase todo.
- ¿Lo vas a pagar todo junto?
Mujer, no voy a dejar que Blancanieves pague una parte, la pobre no tiene edad para beber.

Me dice el total de los totales. Yo saco una tarjeta de débito de mi cartera y la pongo sobre el mostrador.
- Uf.
- Uf, ¿qué?
- Que no sé si te voy a poder cobrar con tarjeta, porque aquí no tengo cobertura.
En el trascurso de la negociación yo había llamado dos veces al padre de Blancanieves para comunicarle las opciones y pedirle opinión. Él había notado que mi tono al teléfono era un poco forzado y había preguntado si estaba teniendo problemas. Le había dicho "luego te lo cuento, luego te lo cuento". El caso es que cobertura había. Habría que ver si el datáfono funcionaba con una línea de teléfono fija o realmente necesitaba cobertura. Pero aunque así fuese, había cobertura.
-Pues espero que puedas, porque no llevo tanto dinero en efectivo. Y en este polígono industrial no creo que haya muchos cajeros.
- Bueno, lo voy a intentar, a ver si hay suerte.
La hubo. Menos mal.

En estas viene un tío con una caja por una puerta trasera y la pone en el suelo. En esta no cabía un sofá de Ikea, cabía un tresillo. A botellas más grandes, cajas más grandes. Lógico, ¿no? Bueno, metemos todas las botellas en la megacaja. Esto va a pesar y Blancanieves no puede ayudarme.

Empecemos por la otra caja que pesará menos. La levanto sin problemas. Bueno, sin problemas no. Las botellitas tintinean a lo loco. Estas no llegan hasta casa enteras. Ayayayay. Blancanieves me abre la puerta de la tienda. Camino a paso de caracol reumático hasta el coche. Dejo la caja en el suelo para abrir el maletero, que mi forito se abre girando la llave, es un cutre. Las botellas tocan una sinfonía. Abro el maletero, levanto la caja, la meto dentro del maletero. Cojo una toalla que siempre llevo en el maletero, una vieja costumbre de cuando tenía perro. La remeto entre las botellitas hasta que dejan de tintinear. Venga, esta ya está.

Volvemos a la tienda, cojo la caja megagrande. No tintinean, tontonean, suenan a campanadas de Nochevieja. El mismo proceso pero el maletero ya está abierto. Ya no me quedan toallas. Me quito la chaqueta, se la quito también a Blancanieves, busco en mi bolso y uso un paquete de kleenex, la funda del móvil, hojas que arranco de la agenda. Bueno, esto ya casi no suena. Pero de aquí a casa hay más de 50 kilómetros.

Milagrosamente, llegaron todas a casa. Y las botellitas pequeñas, debidamente embaladas, llegaron a Portugalete sin problemas. Y el día de la boda llevamos al hotel las grandes y tampoco se rompió ninguna. Milagrosamente.

Unos meses después, mis hermanos vinieron a visitarnos y quisieron comprar orujo. Y querían ir a conocer a la rubia, así que volvimos a visitar la fábrica. Os lo cuento otro día.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Orujo (capítulo I)

Cuando estábamos preparando la boda se nos ocurrió que el famoso regalo de la madrina debería ser algo un poquito más útil que un cepillo plegable para el bolso. Además teníamos el tema del "puro de los pasteles".



En mi tierra es tradición que se envíe unos pasteles a todas aquellas personas que no vienen a la boda pero que te hacen algún tipo de regalo. Normalmente eso incluye a las vecinas de toda la vida de tu madre, los compañeros de trabajo, los padres de tus mejores amigos, etc. Y tradicionalmente se acompañaban los pasteles con un puro, pero en esta época de ex-fumadores (entre los que yo me encuentro) lo del puro no está tan bien visto.



Así que pensamos que estaría bien mandar una botellita de orujo con los pasteles. Poco más que el tamaño mini-bar, vamos. Y para los invitados, para no liarnos, pues más orujo pero en botellas más grandes. Más útil que el cepillo sí que es, ¿no?.



En nuestro caso, puesto que a la boda solo iban a venir los familiares más cercanos (abuelos, padres y hermanos), la lista de los pasteles empezaba a ser mucho más larga que la lista de invitados. Los pasteles no los íbamos a enviar desde Galicia, claro, llegarían un poco rancios a Bilbao. Los iba a mandar mi madre desde allí.


Teníamos que mandar las botellitas a Bilbao para que mi madre las llevase a la pastelería y las "adjuntasen" a cada bandeja de pasteles.


Una vez decidido que iba a ser orujo, no teníamos duda de qué marca queríamos. Hay una marca de orujo que tiene un logo parecido al de mi nick, y que además hace una crema de orujo buenísima. Localizamos un comercio en Coruña que vendía esa marca y nos acercamos a preguntar. Nos informaron del precio y de los distintos tamaños, y nos dijeron que nos pasásemos "más adelante" porque todavía faltaban muchos meses para la boda y ni siquiera sabíamos el número aproximado de invitados ni de pasteles. Nos dijeron que bastaba con que fuésemos un par de meses antes.



Como la boda era en Septiembre, esperamos hasta Julio para volver a pasar por la tienda. Lo malo fue que la tienda cerraba en Julio. Qué suerte tenemos. Esperamos pacientemente todo el mes y volvimos a ir cuando abrieron. Pero en cuanto les dijimos para qué fecha lo necesitábamos, nos dijeron que imposible, que ya no había tiempo.


Buscamos en internet y, mira tú por dónde, que la marca de orujo tiene página web. Y que tiene un apartado que pone "Tienda".
Acabo de acceder y han cambiado el portal totalmente, así que no sé si ahora seguirá pasando lo que nos pasó hace más de un año. Lo mismo ya lo han arreglado.
En el portal había una lista de las distintas bebidas y una lista de "envases" (botellas y frascas de distintos tamaños). Incluso tenían una opción de "Bodas" en la que podías personalizar las botellitas con una etiqueta conmemorativa del evento. Esta opción solo estaba disponible a partir de cierta cantidad, a la que nosotros ni nos acercábamos, así que la tuvimos que descartar. Pero de todas formas, nos pareció genial porque daban la posibilidad de enviar tu pedido a dónde quisieses, sin cargo alguno.



Estuvimos consultando todas las opciones y configuramos un pedido. No había forma de hacer el pedido en plan "carrito de la compra", pero te abría una ventanita para enviar un correo a la empresa. En esa ventanita nos afanamos en escribir lo que queríamos: tantas botellitas pequeñas (el tema de los pasteles) de 3 licores distintos y tantas fasquitas medianas (para los invitados) de esos mismos licores. Indicábamos también que las botellitas pequeñas tenían que enviarlas a Portugalete, a nombre de mi madre, a la calle tal, nº cual, etc, etc. Que las medianas las íbamos a recoger in-person y que en ese momento pagaríamos la totalidad del pedido. Dábamos nuestros datos, un número de teléfono y una dirección de email. Vamos, que casi tuvimos que usar lenguaje sms porque en la ventanita ni nos cabía tanta información.


Yo ya llevaba casi un año en Galicia, pero reconozco que pensé "bueno, ya está, no creo que esto funcione a la primera pero nos contactarán y después de un par de llamadas/emails conseguiremos las botellas". Al fin y al cabo, no se trataba de un organismo público, sino de una empresa privada que supuestamente está interesada en vender sus productos. El que entonces era, aún, mi futuro marido dijo que, por si acaso, al día siguiente les iba a llamar para asegurarse de que habían recibido el pedido y de que no había problema. Bueno, vale, llama, no sea que el mail se haya perdido en el ciberespacio, que el portal está hecho unos zorros y vete tú a saber si eso funciona.



Al día siguiente les llama y habla con un tío que le dice que sí, que vale, que ha recibido el email. Que tranquilos, que no hay problema, pero que llamemos al cabo de unos días y nos cuenta cuándo nos podemos pasar a pagar y eso. Vale, chachi.


Al cabo de unos días llamo, pero no me coge el teléfono el mismo tío. Me lo coge una tía estresada que ya desde el primer momento me dio mala espina. Bueno, venga, soy un cliente y quiero comprar, esto tiene que ser fácil. Ja, qué panoli soy. La tía empieza fuerte, porque me dice ya desde el principio que no sabe de qué pedido le hablo, que el tío se ha pirado de vacaciones y que le ha dejado todo manga por hombro, que se está volviendo loca. Que ese tío es un irresponsable, que a todo dice que sí, pero que no, que no te creas tú que va a ser tan fácil hacer esos pedidos de los que me hablas, vamos.


- Bueno, a ver, qué querías exactamente.
- Vale, mira, hicimos el pedido con este nombre, este día, a través del portal. Te tiene que aparecer.
- Sólo con esos datos, imposible. No lo voy a encontrar.
- Qué quieres que te diga? Cuando lo envié no me contestó diciendo "su número de pedido es el 666". Búscalo, no sé.
- Sí, bueno, que lo busque, ¿tú sabes cuántos pedidos tenemos? Cientos y cientos!! Que lo busque, dices, no puedo buscar entre cientos de pedidos.
- Joe, claro que no puedes buscar uno por uno, por eso te estoy dando el nombre del cliente y la fecha en la que hicimos el pedido. Solo hace 5 días de eso.
- Que no, que tenemos cientos de pedidos y no puedo buscar solo con esos datos.
- Pero ¿qué datos quieres?
- Quiero que me digas exactamente cuántas botellas de cada licor y de cada tamaño.
- Pero tía, eso significa que quieres que te vuelva a hacer el pedido!!
- Sí, casi mejor que lo vuelvas a hacer.
- Joe, pues es que no me acuerdo de lo que pedíamos. Lo tengo en casa, y ahora estoy en el curro.
- Bueno, pues nada, ya me llamarás cuando lo sepas.
Ojiplática me dejó.



Al día siguiente vuelvo a llamarla con mi lista de licores y medidas.
- Hola, mira, que soy la de ayer, que apuntes lo que queremos.
- Vale, espera.... ya, dime.
- De las botellitas pequeñajas, queremos tantas de licor de alcachofa, tantas de lechuga y tantas de espinacas.
- Vale.
- Y esas botellitas tenéis que enviarlas a Portugalete, Bizkaia, a nombre de...
- Uf.
- Uf, ¿qué?
- Que yo si quieres te las envío, pero siempre que mandamos esas botellitas se rompen.
- ¿Cómor?
- Y mira que hemos probado ya con distintos servicios de mensajería, pero nada, se rompen siempre. Yo si quieres te las envío, pero no me hago responsable de cuántas se rompan.
- ¿No te haces responsable?
- No.
- ¿Pero las embaláis o las metéis en una bolsa de plástico? Porque si se rompen siempre...
- Tú misma. Yo no me hago responsable.
- Jo, pues nada, deja, las enviaré yo. No es plan de que lleguen todas rotas.
- Tú misma.
- Luego también necesitamos de las frascas de 70 cl, tantas de alcachofa, tantas de lechuga y ...
- No.
- No, ¿qué?
- Que no va a poder ser. Que de ese tamaño no tenemos el licor de lechuga.
- Pero si en el portal pone que sí tenéis!!!
- Ya, el portal.
- Ya, el portal, ¿qué?
- El portal es muy viejo, no te fíes del portal, que lleva mucho sin actualizarse.
- Pero ¿cómo que no me fíe?
- Que no te fíes. Tú dime lo que quieres y yo te digo si puede ser o no.
- ¿Me tomas el pelo?
- No te entiendo ¿por qué?
- Porque esto parece una broma, de esas que gastan en la radio por la mañana.
- Bueno, tú misma. Pero ya te digo que de esas frascas no puede ser.
- Entonces que no sean frascas, que sean botellas de 70cl.
- No.
- No, ¿qué?
- Que en formato botella no tenemos el de alcachofa.
- ¿Seguro que no es una broma?
- No te entiendo.
- ¿Tienes algún formato en el que me puedas servir los 3 tipos de bebida?
- La botella de litro.
- Joe, es un poco grande, ¿no tienes nada más pequeño?
- Mira, no sé, tendría que mirarlo, mejor te pasas por aquí.



"Mejor te pasas por aquí". No sé cuántas veces me habrán dicho esa frase en estos 2 años. Cienes y cienes.



- Bueno, vale, me paso la semana que viene, que tengo vacaciones.
- Yo te preparo las botellitas pequeñas y el resto ya lo coges cuando vengas.
- Vale, vale.



A la semana siguiente fui. Os lo cuento otro día.



martes, 10 de noviembre de 2009

Vidas paralelas

Hay una mujer que se llama como yo (nombre y primer apellido). Vive en Donosti (San Sebastián) y también ha tenido un hijo este año. Que por qué lo sé? Porque me llegan sus emails. Debe de tener una dirección parecida a la mía y... o bien se equivoca al dársela a sus contactos, o bien sus contactos se equivocan al escribirla.

O bien lo hace a propósito cuando quiere librarse de alguien. Como cuando alguien te pedía el número de teléfono antes de la existencia de los móviles. Dabas uno inventado en vez de explicarle al plasta de turno que no tenías ninguna intención de mantener ninguna relación con él... ni siquiera por teléfono. Ahora el tema debe ser mucho más complicado. Porque según se lo estás dando lo escriben en su móvil, le dan a llamar y te dicen "así te queda una perdida y tienes el mío". Si tu móvil no empieza a sonar... ahí es cuando no te queda otra que ponerte borde... digo... sincera.

Hoy he recibido un email de una piscina de Donosti que le daba a mi tocaya información sobre los cursos de natación para bebés. He tardado un rato en darme cuenta de que el correo no era para mí, porque este mismo sábado yo pregunté en la piscina de Gaitabilich por esos mismos cursos. Luego he pensado que es poco menos que imposible que la piscina de Gaitabilich me contestase con un email. La posibilidad de hacer gestiones por email en Gaitabilich es prácticamente nula. Aunque esto es extensible, por desgracia, a todo Galicia. Pero de eso hablaremos otro día.

Es curioso que haya alguien con mi mismo nombre y apellido. No tengo un nombre corriente. Es un nombre en euskera y no es de los habituales. No como mi hermano, que desde que hay un portero del Madrid que comparte nombre con él ya no tiene que deletrearlo cuando sale de Euskadi. El mío es menos oído. Aunque ahora hay una serie de televisión vasca, que se emite en un canal estatal y en la que hay un personaje con mi nombre. Pero no tiene mucha audiencia, así que sigo deletreando cuando no estoy en Euskadi. Que en mi caso es el 99% del tiempo, claro.

Lo que ya es mucha casualidad es que esa mujer, tocaya mía, haya sido madre este año, más o menos por las mismas fechas que yo. De un niño, para más coincidencia.

Y lo que ya raya en lo surrealista (¿¿¿por qué el corrector ortográfico de Google no conoce esta palabra???) es que también le apunte a clases de natación.

No he conseguido contactar con mi tocaya. Lo he intentado, que conste. Siempre contesto a los emails que me llegan por error. Incluso hubo una vez que tuve que lidiar con un tío que no acababa de creerse que estaba escribiendo a la persona equivocada. Insistía e insistía en darme referencias porque pensaba que yo no me acordaba de él. Creo que a ese al final le puse en la lista de contactos "nodeseados". Se me acabó la paciencia. Ahí fue cuando empecé a pensar que mi tocaya lo hacía a propósito. Parecía de esos tíos a los que le dabas un número de teléfono falso.

Pero por muy irritante que fuese aquel hombre, fue mucho peor lo que le pasó a mi medio limón (marido suena taaaan burgués) con un tocayo. Leyendo un domingo La Voz de Galicia tuvo un susto terrible. Tengo que decir que yo no conozco otro periódico en el que se publiquen nombres completos para contar las noticias. Me parece innecesario además de peligroso. En esta ocasión, daban cuenta de como un hombre, ourensano como él, de la misma edad que él, divorciado (era su estado civil en aquel momento), con una hija de la que la ex-mujer tenía la custodia (coincidía también) había sido sentenciado a pagar una indemnización sustanciosa a su ex-mujer en concepto de atrasos en el pago de la pensión. El nombre y el primer apellido coincidían. El pobre llamó a su abogada (era domingo por la tarde, como digo) a punto de darle un patatús, para preguntar si la noticia se refería a él. No era así, evidentemente. Pero supongo que hubo personas que leyeron la noticia ese domingo y creyeron que sí lo era. Puede que incluso su ex-mujer hiciese una lista de cosas que se iba a comprar con ese dinero. Je, je, je.

Hace algunas semanas estuve en Portugalete con el niño, se puso malo y lo llevé al médico. Tenían problemas para darme cita porque cuando metían su nombre y dos apellidos les salía otra persona y la funcionaria de turno no sabía cómo indicar que no era él. Otro día hablaremos del servicio de salud vasco ... y del gallego.

En Gaitabilich, que yo sepa, no hay nadie que se llame como él. Le hemos puesto un nombre en euskera. Pero cuando ya lo teníamos elegido nos enteramos de que también lo utilizaban en una serie de televisión. Y esta sí que tiene audiencia, por lo visto. Me han dicho que ha ganado un Ondas o algo así. A ver cuántos hay con su nombre dentro de unos meses...

Tocaya! Espero que lo pases muy bien con tu peque en la piscina. A ver si un día quedamos y chapoteamos los cuatro juntos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Como el agua del vino

Yo vivía en Portugalete, un municipio de Bizkaia que apenas tiene 3 kilómetros cuadrados y en la que nos apretábamos (pero sin rozarnos mucho, que somos vascos) más de 48.000 personas. Más de 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado. No es para tanto, no te creas, en los noventa éramos más de 55.000. El precio disparatado de los pisos hizo que muchos se mudasen a otros municipios. También hizo que se prodigasen los "hijos de más de 30 años que viven en casa de sus padres". Hay montones de ellos.



Ahora vivo en Gaitabilich, un pueblo de la Costa de la Muerte (provincia de Coruña, por si no lo sabías - yo tampoco lo sabía hace unos años) que tiene 125 kilómetros cuadrados de extensión y sólo 11.000 habitantes. Haz la cuenta: menos de 90 habitantes por kilómetro cuadrado. Hay sitio de sobra. Sitio para vivir, incluso sin rozarse ... ¡y para aparcar!



En Portugalete hay metro, tren de cercanías, y más de 15 líneas de autobuses regulares. Y si tienes la suerte de aparcar cerca de casa te pasas días intentando no utilizar el coche si no es altamente imprescindible e indispensable. Porque esa potra no la vas a tener dos veces en el mismo año.



Cuando miro por la ventana de mi piso de Gaitabilich veo algunas casas unifamiliares, un par de bloques de pisos, plantaciones de maíz como para rodar pelis de miedo y muuucho verde. Cuando miraba por la ventana de mi piso de Portugalete veía el diseño de las cortinas del piso que tenía enfrente, a pocos metros. Si miraba hacia abajo veía una calle de dirección única en la que la dirección era nula, porque siempre había coches aparcados en doble fila que te impedían circular.



En Portugalete hay decenas de bares y cafeterías donde tomarte un café o una cerveza un lunes cualquiera. Algunos en esa misma calle de dirección nula. En la mayoría de locales de Gaitabilich que abren los lunes yo sería la única mujer aparte de la camarera, y también la persona más joven (camarera incluida). Otro tema es el finde, que me han dicho que en Gaitabilich hay mucha marcha, pero aún no he tenido el placer de comprobarlo. Eso sí, por el precio de un café en Portugalete, en Gaitabilich puedo tomarme una cerveza, y me regalan un pintxo. Por el precio de un pintxo en Portugalete... no, no me llegaría para comer en Gaitabilich, tampoco nos pasemos.



Me mudé a Galicia hace más de 2 años. Casi todas las semanas hay algún momento en el que pienso: "esto es totalmente distinto". Si además tenemos en cuenta que en estos 2 años me he casado, he tenido un hijo, he vivido en dos pisos distintos, he comprado una finca y he empezado a construir una casa... las anécdotas son numerosas.



En muchas ocasiones las diferencias entre Portugalete y Gaitabilich son sólo eso, diferencias. Las cosas son diferentes sin ser mejores ni peores. Pero también hay veces, sobre todo en las ocasiones en las que he tenido que hacer gestiones administrativas (ayuntamientos, proveedores de agua, luz, teléfono... y la joya de la corona: el Sergas!) en que echo de menos mi antiguo hogar, pienso que esto debe pertenecer a otro plano astral y que nunca me voy a acostumbrar. Y hay veces (menos llamativas, pero abundantes) en las que reconozco que he ganado en eso que llaman "calidad de vida".



Hoy caminaba el trecho que hay desde el sitio donde normalmente aparco el coche y la oficina (unos 15 minutos a pie, Coruña tiene problemas de aparcamiento semejantes a los de Portugalete) y a mi izquierda estaba la playa de Riazor. El mar estaba enfadado. Mi hermano que es "surfeiro" sabría decirte cuántos metros medían las olas. Yo sólo sé que daban miedo. Y que molaba. Molaba mucho.