viernes, 25 de junio de 2010

Mendigando

A Harry le han hecho un par de ofertas de trabajo:

Oferta #1: de 7 de la mañana a 20:30 de la noche, con hora y media para comer (osea, 12 horas de trabajo diarias) más dos sábados al mes, a 10 horas por sábado. Como le pilla cerca de casa, le dan solo media dieta, unos 12 euros al día. Le pagan las horas extras a 7 euros (brutos). Pero sólo cuentan como extras las horas que pasan de 50 semanales.

Oferta #2: de 8 a 19:30 (10 horas de trabajo) y sólo en casos excepcionales algún sábado. Como le pilla lejos, le dejan vivir en un piso con otros compañeros (no sabemos si tendría habitación individual o servicio de limpieza) y le pagan la comida del mediodía, más 50 euros para viajes. Se supone que pasaría toda la semana fuera. Le pagan más o menos lo mismo por las 50 horas semanales que consideran el horario habitual.

Hoy he entrado a por mi café para llevar y la dependienta me ha contado que el mendigo que suele estar acampado delante, cambia todos los días (de lunes a sábados) unos 60 ó 70 euros en monedas y los domingos unos 50. Yo llego a las 9 y todavía no está, pero me han dicho que viene en moto. Digo yo que impuestos no pagará, ¿no?

Haz cuentas.

jueves, 24 de junio de 2010

Tortilla de saltamontes

A raíz de este post me he acordado de una anécdota de mi niñez. Últimamente me parezco a mi abuela materna, que ya sólo se acuerda de cuando era joven.

El caso es que cuando éramos pequeños, en verano, íbamos a pasar el día fuera si hacía bueno. Que no era ni el 20% de los días, por cierto. Cosas del norte. Que el verde no es gratis y tal, que si no lloviese tanto no habría paisajes tan chulos... Todo eso no consuela una mierda cuando tienes 10 años y quieres ir a la playa.

Se daba, además, la circunstancia de que en un barrio en el que la mayoría de la población era emigrante (no de otros países, pero sí de otras comunidades autónomas) mi familia era autóctona. ¿Que qué tiene que ver eso? Pues que cuando llegaba el verano todos mis compañeros de clase se iban "al pueblo" pero ¡yo no tenía pueblo al que irme! Todos volvían contando historias en las que iban al río en bici, se quedaban en las fiestas hasta la madrugada, hacían hogueras y qué sé yo qué más. Yo me quedaba en el barrio y me levantaba todos los días mirando al cielo, pidiendo un rayito de sol que animase a mis padres a pasar el día fuera.

Si era entre semana, nos montábamos en el coche (un Seat 1430 blanco) y nos íbamos a alguna playa de Cantabria (que entonces llamábamos Santander). Nos comíamos unos kilómetros interminables de carretera general detrás de un camión y llegábamos a la playa mareados y aburridos de cantar.

Si era en fin de semana, mi padre se negaba a llevarnos a la playa, por el tráfico. Y nos íbamos al monte. Es lo que tiene Bizkaia, que todo está cerca.

Cuando íbamos al monte no íbamos solos. En mi familia eso no sucedía a menudo. Porque en el mismo barrio que nosotros vivía la hermana de mi madre con sus hijos y dos hermanos de mi padre con sus hijos. Así que si íbamos al monte nos juntábamos tres coches llenos de primos y tíos. Los primos, además, éramos todos más o menos de la misma edad. No necesitábamos tener muchos amigos fuera de la familia, porque solo con los primos ya teníamos para hacer un equipo de futbito.

Como éramos muchos (aunque casi siempre bien avenidos), nuestros padres intentaban que no diésemos mucha guerra. Al fin y al cabo, también era fin de semana para ellos. Esto que acabo de escribir (y que me ha quedado tan comprensivo) es una reflexión actual sobre el asunto. En aquellos tiempos yo no veía a mis padres como personas humanas que necesitasen descansar de nosotros. Ahora que nos pensamos tanto lo de tener el segundo hijo, me pregunto cómo se las apañaban ellos con tres.

El caso es que se inventaban cosas para que estuviésemos entretenidos. Una de las que más recuerdo es la tortilla de saltamontes de mi tío Julen. Nos decía que teníamos que cazar saltamontes porque quería hacerse una tortilla para merendar. Nos pasábamos el día buscando saltamontes y metiéndolos en frascos de cristal. Hacíamos incluso un agujero en la tapa para que respirasen. Cuando llegaba la hora de la merienda, mi tío recibía todos los frascos y empezaba la criba:
- Este está muy verde, amarga
- Este está muy amarillo, está muy seco
- Este es muy pequeño, hay que soltarlo para que crezca y ya lo cazaremos cuando sea grande

Al final, como sólo le quedaban unos cuatro saltamontes comestibles, nos decía que no eran suficientes para hacer una tortilla y se merendaba un bocadillo de chorizo.

Es curioso porque siempre sospeché que lo de los Reyes Magos era una patraña, pero lo de la tortilla de saltamontes de mi tío me lo creía.

martes, 22 de junio de 2010

Casio

Cuando tenía unos 12 años, pedí un despertador para mi cumpleaños. No me gustaba que me despertase mi madre. De hecho, sigo sin gustarme que me despierte una persona humana.
El Peque ha dicho que le da igual, que lo de tener hijos no era obligatorio, que lo cogí como optativa y que ahora tengo que fastidiarme. Haber elegido muerte.

Aquel primer despertador era analógico, una cosa rara porque se plegaba sobre sí mismo y cuando estaba cerrado parecía una cajita de joyería, de esas que existían
antiguamente antes, que no eran de plástico chungo. Se suponía que era un despertador de viaje.
Es alucinante, metes despertador de viaje en google imágenes y te salen cientos parecidos al mío. Os pego aquí una foto para los que no pudieron votar en los noventa.

Pero yo siempre he tenido el sueño ligero y el tic-tac de las agujas me molestaba. Así que pedí que, para la próxima, fuese un despertador digital.
El Peque dice que eso del sueño ligero es mentira, que a veces le cuesta varios minutos despertarme con sus berridos.

Me regalaron un Casio. Parecido a este (de hecho, creo que mi padre aún tiene uno como el de la foto):


Un puntazo para la época. Tenía una cosa que se llamaba SNZ que hacía que el bicho sonase cada 5 minutos, como cuando te despierta tu madre pero sin ir subiendo el volumen.

Como compartía cuarto con mi hermana, procuraba no abusar de esta nueva y pintoresca funcionalidad. Apenas lo dejaba sonar 4 veces como mucho. Mi hermana no tenía el sueño tan ligero como el mío y apenas se quejaba (3 veces como mucho).
Ya sé que se llama snoozer y que ahora lo tienen todos, y que incluso puedes decirle si tiene que sonar cada 5 ó cada 15, pero es que hablo de la prehistoria tecnológica, queridos lectores.

Este despertador estuvo conmigo durante el BUP, el COU y la universidad. Me acompañó también en todos mis viajes. Vino al viaje de estudios del instituto y a los primeros viajes que hice con las amigas.
No salía de casa sin él. ¿Cómo si no iba a despertarme a tiempo de coger el autobús de vuelta, si salía a la intempestiva hora de las cuatro de la tarde?

Me despertó mi primer día de trabajo. Me acompañó a Alemania cuando emigré. Tiene marcas de dientes de mi perro porque en aquel piso no tenía mesilla y tenía que ponerlo en el suelo.

Volvimos otra vez a casa de mis padres, a torturar a mi hermana. Cuando me mudé a mi propio piso vino conmigo y siguió siendo mi fiel despertador.

Cuando decidí emigrar de nuevo, esta vez hacia el sol poniente, me acompañó. Qué remedio le quedaba, claro.

Ahora que el Peque ha empezado a caminar, una de sus primeras víctimas ha sido mi Casio. Lo tiró al suelo con tan mala suerte que en la pantallita digital apareció una mancha negra. La mancha se ha ido extendiendo como en una película de terror. Ahora ya no se ven las letritas SNZ. Sigue funcionando, pero me temo que no va a vivir mucho más.
No debería dejar en la mesilla ningún objeto que aprecie, eso lo saben todas las (buenas) madres. Si no aprendí el día que tiró el frasco de aceite, no es culpa suya.

En todo este tiempo (unos 25 años) creo que le habré cambiado de pilas unas cinco veces, como mucho. No cuento con que llegue a cambiarlas otra vez. Pero sé (porque lo he intentado) que no volveré a encontrar un despertador igual, con el nivel justo de volumen para despertarme sin sacar al monstruo que hay en mí.

Se acercan tiempos difíciles para los que me ven por las mañanas.

lunes, 21 de junio de 2010

Vaya semanita

Calamidades que han sucedido esta última semana:

- He cumplido años.

- Cuando estaba tomando café con los compañeros de trabajo, todos ellos, me consta, al menos diez años menores que yo, conté una anécdota de mi niñez. Uno de ellos dijo "claro, es que hace 40 años las cosas eran distintas".

- Tiré parte de mi café de medio litro en mi mesa de trabajo. Al teclado apenas le cayeron unas gotas.

- Tiré el vaso de refresco de un compañero. Pero no era el mismo compañero que me recordó lo vieja que soy.

- Un niño con cara de bruto que había en el parque quiso quitarle al Peque su juguete (que era, concretamente, la funda de mis gafas de sol, bastante maltrecha ya). Como la abuela no se lo permitió, le dio un guantazo al Peque que le dejó poniendo pucheros.

- Harry se dejó (otra vez) las llaves puestas en la cerradura, por dentro. Tuvimos que desmontar (otra vez) el marco de la puerta para poder entrar.

- Hemos descubierto que los huecos donde iban a poner algunas de las ventanas de la casa no son rectangulares. Todavía no estamos seguros, pero parece que se debe a que el tejado está torcido.

- Tenía cita en el ginecólogo para que revisase una ecografía de mama que me mandó hacer. Pero me he dejado la eco en casa, así que he tenido que cambiar la cita.

- La explanada donde aparco siempre el coche cuando vengo a la oficina estaba cerrada porque estaban organizando algún estúpido acto para el fin de semana. He tenido que aparcar en el culo del mundo.

- Han despedido a Harry.

Empieza una nueva semana. Qué miedo.

viernes, 18 de junio de 2010

Sí hay dolor

Lo peor de mi fisioterapeuta de tipo B(estia) no es, ni de lejos, que me haga tanto daño que estoy a punto de desmayarme. Lo peor es la música que pone. Le encantan los cantautores. Ayer estuve a punto de decirle que, por favor, no me hiciese sufrir más, pero tuve miedo de su reacción, teniendo en cuenta que tenía mi cuello (literalmente) en sus manos.

Entre los gallos que soltaba el cantante de turno, me acordé de otra vez que también tuve que aguantar esa tortura, sin posibilidad factible de escapar.

Trabajaba yo por aquel entonces en una empresa de Bilbao que tenía una sucursal en Donosti-SanSebastián. Si les preguntas a ellos, te dirán que la sucursal éramos nosotros. Ni caso, todo el mundo sabe que la capital de Euskadi es Bilbao. ¿Cómo? ¿Que en la wiki dice que es Vitoria-Gasteiz? Pues lo habrá escrito algún vitoriano. Lo dicho, ni caso.

De vez en cuando teníamos que hacer viajes a Madrid para reunirnos con los proveedores. En vez de ir en dos coches, siempre lo hacíamos de forma que el compañero que venía de Donosti se acercase a Bilbao, nos recogiese y así compartíamos coche hasta la capital del reino.

En uno de esos viajes, el compañero guipuzcoano que llevaba el coche era un fan absoluto de cualquier tipo que compusiese sus propias canciones, las cantase como un gato apaleado y las acompañase a la guitarra. Osea, le ponían los cantautores. En exclusiva.

El compañero este me llevaba unos años. Unos diez. Como hace ya casi diez años de aquel día, supongo que tendría la edad que tengo yo ahora. Esta idea me está empezando a deprimir...

En fin.

El caso es que cuando nos recogió (a mí y a otra compañera de Bilbao) sonaba un gato de esos en el aparato de música. Me senté delante y me fijé en que era un CD. Mierda, no es una sola canción en la radio, que además dejará de ser sintonizable en cuanto nos movamos 100km, es tooooodo un CD.

La compañera le preguntó si había ido hacía poco a algún concierto del gato. Él contestó que, en el último mes, a dos. Uno de ellos no le pillaba ni cerca, pero por lo visto perseguía al gato por toda la geografía peninsular. Yo flipaba. Ni siquiera había oído hablar nunca del gato. En mi descarga diré que había estado viviendo en el extranjero muchos años. Pero eso no les pareció excusa a mis compañeros. Creyeron que si oía las suficientes canciones, me gustaría. Intenté resistirme pero no hubo forma.

Cuando estábamos pasando Burgos amenacé con saltar del coche en marcha si no ponían otra cosa. No era un farol.

Reconozco que soy un poco especial con este tema. No me importa escuchar canciones de mierda, con letras insustanciales y músicas tontas si la voz del cantante me gusta. Y viceversa. Por mucho que una canción tenga una letra y una música perfectas, si el cantante tiene una voz que me da grima, todo es una porquería. Y hay muchas voces que me dan grima. Algunas de ellas son bastante apreciadas por el público en general, pero a mí me ponen hasta de mala leche.

¿Queréis ejemplos?
- No soporto la voz de Manolo García, ni la del Bumbury.
- La tía de Amaral me pone enferma. No sé ni cómo se llama ni lo voy a buscar.
- Me flipa la voz de Merche. Esta tía hace canciones tontas para Gran Hermano, pero me pone la piel de gallina.
- Amaia Montero es imbécil y pija, pero me gusta su voz (aunque no aguanto como pronuncia las esssessss). Su sustituta no me mola nada, pero nada de nada.
- El sueño de Morfeo hace unas canciones de lo más chorras, parecen esas tonterías que nos escribíamos en las carpetas del instituto, pero... ¡qué voz!. Y la pobre tiene que dormir por las noches con el tío más soso del planeta, así que no se le puede pedir que sea profunda.
- Brian Adams, Bonnie Tyler, Tina Turner.. molan.

Me quedan 4 sesiones de fisio, no sé si voy a aguantarlas sin pedir clemencia.

miércoles, 16 de junio de 2010

Hipersensibilidad

Una vez que fui al dentista me encontré con que la chica que me solía atender y que estaba embarazada, ya había dado a luz. Le pregunté qué tal todo, no me acordaba de si esperaba chico o chica, en fin, para darle un poco de conversación. Yo por aquel entonces creo que estaba intentando quedarme embarazada, con ganas pero sin obsesionarme.

La tía estaba encantada de la vida con su niño pero me contaba que se había vuelto una llorona. Que no, que no es la depresión post-parto, me dijo, que es que me he vuelto hipersensible. Hipersensible a todo lo que tenga que ver con el sufrimiento infantil. Me puso varios ejemplos. Hombre, pensé yo, son casos que dan pena, pero tampoco como para hundirte en la depresión.

Unos meses después de convertirme en madre volví al dentista y le dije que entendía perfectamente lo que me había contado.
Inciso: No volví para decírselo, es que me tocaba hacerme una revisión.

Yo no soy muy de llorar, así que no me he vuelto una llorona. Yo soy más de estar dándole vueltas y vueltas a la idea, como cuando te tocas un diente cariado con la lengua. Ya que hablamos de dentistas... O como las vacas, que mascan y mascan y mascan. Y aunque lo traguen, al cabo de un tiempo vuelven a tenerlo en la boca y lo vuelven a mascar.
Inciso: me está dando un poco de asco de pensar en las vacas regurgitando comida a medio mascar.

Me sobrecoge todo lo que tenga que ver con los niños. Y me refiero también a la ficción. Me quedo con mal cuerpo durante mucho rato, hasta que me olvido del tema. De repente, con mi hijo en brazos, me acuerdo y me da un escalofrío y vuelvo a darle vueltas.


Cuando todavía estaba de baja por maternidad, me compré "La Mano de Fátima". Me había gustado "La Catedral del Mar" y lo compré con ganas. No pude leerlo. No sé en qué punto del libro mataban a unos niños y no pude seguir.

Hace un par de semanas vimos la primera temporada de Dexter. Ya había leído un libro sobre él y una amiga me dijo que había una serie. A la Mula que vas. Disfruté todos los episodios como una enana. Ni ascos ni nada. Hasta que sale el Dexter-niño y se ve lo que le pasó. Uf.

La semana pasada leí esta entrada del blog de peibol y estuve pensando durante horas en partirles la cara a la Jessi y a su madre.

Ayer estaba leyendo este libro. Uno de los personajes secundarios es una prostituta que tiene un hijo pequeño y al que prepara la papilla con ron y tranquilizantes para que duerma mientas ella trabaja. Tuve que cerrar el libro porque me estaba poniendo mala. Me costó un montón dormirme y me he levantado todavía dándole vueltas.

Como contaba Gonzalo en su blog, no sé si podría volver a ver "La vida es bella".

lunes, 14 de junio de 2010

Perra suerte

Cuando digo que tengo mala suerte, Harry y mi madre siempre me dicen que exagero. El resto de la gente que me conoce ya tiene asumido que a mí normalmente no suelen salirme las cosas bien. Blancanieves dice que soy muy gafe. La verdad es que los trámites más sencillos se complican hasta el infinito si yo estoy involucrada.

La primera vez que quise venir a Galicia en tren hubo un descarrilamiento y al final nos trajeron en autobús. Es sólo un ejemplo.

Con esa predisposición al desastre, quizás no debería embarcarme en nada demasiado complicado. Pero yo me empeño en desafiar al destino.

Hace unos meses (en marzo) encontramos en una tienda la chimenea perfecta. Ya habíamos visto varios catálogos y no dábamos con una que nos gustase a los dos. Pero de repente, ahí estaba. Era perfecta, ya me la imaginaba en mi salón. Y estaba muy bien de precio. Le hice unas fotos con el móvil y todo.

El problema (siempre hay uno) era que la tienda no aceptaba que pagásemos la chimenea y no nos la llevásemos en mucho tiempo. Querían que la recogiésemos en un plazo inferior a una semana.

Llamamos al constructor:
- Hola, Builder. Hemos encontrado una chimenea que nos encanta. ¿Puedes recogerla con la furgo y llevarla a la casa?
- ¿Pero qué dices? ¡Si todavía no está el suelo acabado! La chimenea va a estar dando vueltas por la casa durante meses. Al final se te va a rallar, ya verás. Mejor esperas.

En realidad quería decir:
- Como me metas la chimenea ahora y la tenga que quitar de enmedio 30 veces antes de poder ponerla, voy a utilizarla como mesa de trabajo y te la voy a dejar hecha una mierda, palabrita de Builder encabronado.

Así que no la pudimos comprar. Nos dijeron que tenían más de una, pero no nos podían decir cuántas. No muchas.

Desde entonces hemos vuelto un par de veces a la tienda a comprobar que la chimenea seguía allí. Y el constructor seguía diciendo que era demasiado pronto para llevarla a la casa.

Este fin de semana decidimos ir a comprar la chimenea. Todavía no está el suelo puesto en el salón, pero ya nos daba igual. La pondríamos en el trastero, que no se va a tocar en muchas semanas, y no molestaría a nadie. Nos daba miedo quedarnos sin ella.

El sábado entramos en la tienda y vamos derechos a ver la chimenea. El dependiente nos mira, pone una cara rara, se acerca a su compañera, le dice algo. La compañera nos mira, le dice algo al otro. Los dos nos miran con cara rara.

Nosotros también ponemos una cara rara. La chimenea no está en su sitio.

La última chimenea se vendió el jueves.

viernes, 11 de junio de 2010

Espallego

El euskera y el castellano se parecen lo que un bocadillo de chorizo a una silla. No tienen nada en común, ni vocabulario, ni gramática, ni ortografía, ni ná de ná.

Aún así, hay algunas palabras que decimos en euskera sin darnos cuenta. Y digo sin darnos cuenta porque la mayoría piensa que son en castellano. Un ejemplo bastante claro es lo del "zulo", que se empezó a usar como "escondrijo que usa ETA para meter a las personas que tiene secuestradas" y ahora se usa hasta en Madrid para referirse a pisos pequeños y con poca luz. Bueno, pues "zulo" significa agujero en euskera.

Por otra parte, desde que vivo en Galicia me estoy dando cuenta de que hay muchas palabras y expresiones que para mí son totalmente normales, pero que por aquí no se usan. Harry y Blancanieves ponen una cara muy rara la primera vez que me las oyen, pero luego las adoptan como propias y las sueltan en todas las conversaciones que pueden. Tengo que decir que muchas veces he conseguido demostrar, RAE en mano, que eran palabras perfectamente válidas. Algunos ejemplos son güito, mochar o zurriagazo. Las he buscado y he comprobado que son correctas. Otras, como sagutxu (ratoncillo) o larri (triste, decaído) son en euskera. Y las uso aún sabiéndolo.

En general, no me gusta hablar castellano incorrecto, soy bastante cuidadosa con eso. Antes solía usar el condicional vasco pero ahora incluso me chirría cuando se lo oigo a mi familia. Otro tema es el leísmo, del que me temo que no me libro. Lo intento pero seguro que el blog está plagado de errores.

Si todo esto sucede con dos idiomas tan distintos como el castellano y el euskera, es lógico que suceda en mayor medida con el castellano y el gallego, que se parecen tanto como un bocadillo de chorizo a un bocadillo de salchichón. De hecho, ellos mismos utilizan a menudo el argumento de que "se entiende perfectamente". Y lo cierto es que con un poco de práctica se entiende. Siempre y cuando no se trate de una carta de la Xunta diciendo que has pagado poco por los impuestos de tu finca, por ejemplo. Sí, queridos amigos, la Xunta envía las cartas de este tipo sólo en gallego. Nada de bilingüismo. Y no me estoy refiriendo a cuando el gobierno de la Xunta era un bipartito, no. Me refiero a este mismo mes. Pero bueno, otro día me extiendo más con este tema.

Harry y Blancanieves utilizan palabras gallegas cuando hablan castellano. A veces, lo hacen a sabiendas, porque quieren enfatizar algún matiz o hacer una broma. Otras veces lo hacen sin ser conscientes, porque no saben que esa palabra no existe en castellano ni saben cual es su equivalente. Un ejemplo es cuando dicen que van a dejar una puerta "arrimada" en vez de "entornada".

Los gallegos (bueno, la mayoría al menos) usan mal los tiempos verbales. Dicen "bajé la basura" según vuelven a casa de haberla bajado. También dicen "un día que fuera a la playa", cuando quieren decir "que había ido". Al final te acustumbras y hasta se te pega.

Y también usan mal algunas preposiciones. Dicen "tirar por la cuerda", por ejemplo. Y lo peor, lo que menos me gusta, es cuando dicen "voy trabajar", "voy comer". No sé porqué, pero me hace daño en los oídos. Sé que no es ni mejor ni peor que mi leísmo, pero me suena taaaaan mal.

Vale, se acabó la introducción, necesaria para entender lo que viene a continuación.

Hay un restaurante en un pueblo de por aquí que se llama "O Burato". Significa, literalmente "El Agujero". Hace poco tuve una conversación totalmente increíble con una compañera de trabajo que ya se ha merecido otra entrada del blog hace poco (no doy más pistas). Fue la siguiente:

[yo]- El fin de semana estuvimos comiendo en tal pueblo...
[ella]- En ese pueblo es muy famoso O Burato
- Sí, lo sé, pero es que una vez que fuimos al
Burato, nos dijeron que solo tenían pescado...
- Jijiji... perdona, pero es que te tengo que corregir...
- ¿?
- Es que se dice O Burato.
- Bueno, pues la vez que fuimos al
O Burato...
- Jijiji... no, es que no lo puedes decir así.
- ¿?
- Tienes que decir "la vez que fuimos O Burato".
- ¡Pero es que fuimos AL
O Burato!
- No, no puedes decir el "al".
- Pero es que estoy hablando castellano, no gallego.
- Ya, pero es que está mal dicho.
- ¿Sabes qué? Que la vez que fuimos AL AGUJERO...

Si alguien dice que ha ido "al Zulo" está mezclando dos idiomas, en realidad. Para decirlo en euskera correctamente, habría que decir "zulora". Pero si estás hablando castellano, nadie es tan gilipollas como para corregirte por hablarlo correctamente. O casi nadie.

miércoles, 9 de junio de 2010

No hay dolor

Tengo la espalda hecha un asco. Hasta una persona que no sepa nada del tema lo nota si me pasa la mano por encima cuando estoy tumbada boca abajo. Si lo hace una persona que sabe algo del tema siempre me dice: "pero ¿no te duele?". La respuesta es que sí, que duele. Pero mi umbral del dolor es un poco raro (ya hablaré otro día de eso) y lo voy llevando.

Cuando iba al colegio jugaba al baloncesto. Mi madre me vio correr en un partido, pensó que tenía unos "andares raros" y me llevó al médico. Le dijeron que eran manías suyas (literal).

Cuando empecé la universidad, los dolores de espalda eran continuos y cada vez más fuertes. El médico de toda la vida me decía "si es que no te sientas como es debido", "si es que llevas demasiados libros en la bolsa", "si es que vas encogida porque tienes complejo de tener el pecho muy grande". Me recetaba una pomadita y se quedaba tan ancho.

Una de las veces que fui (a renovar la receta de la pomada) el médico de toda la vida estaba de vacaciones. La sustituta me mandó quitarme la ropa de cintura para arriba y agacharme. Me recorrió la columna con un dedo y me mandó hacer placas. Tenía una escoliosis, provocada porque tenía una pierna más corta que otra. ¿No había notado nadie que "andaba raro"? Sí. Y yo había notado que para que las tetas me quedasen a la misma altura, tenía que recogerme mucho más un tirante del sujetador que el otro. Pero, joder, nadie es perfectamente simétrico, ¿no?

Ya vivía resignada a sufrir de la espalda, porque la escoliosis no se cura. Como la sinusitis, que también me diagnosticaron siendo una cría.

Años después, viviendo en otro país, me dijeron que no tenía sinusitis y que la escoliosis era mínima. De hecho, ya no tenía que tunear los sujetadores para usar camisetas con rayas horizontales. Me curé de dos males crónicos e incurables. O bien tengo poderes, o me diagnosticaron mal.

Aunque con el tiempo tuve algún episodio de lumbago (lo normal en los informáticos) no sufría demasiado de la espalda. Hasta que hace unos años tuve un pequeñísimo accidente de coche. Tan pequeño que el coche quedó como si tal cosa. Pero yo me hice una contractura en la espalda tan aparatosa que se notaba a simple vista.

Como el accidente fue in itinere (osea, en horas de trabajo) me lo cubrió la mutua. Y en ese momento fue cuando entré en el maravilloso mundo de los fisioterapeutas.

Si habéis ido a varios fisioterapeutas distintos, sabréis que hay dos tipos:
- Fisioterapeuta tipo A (de Amable): sigue la máxima de "no lo rompas más de lo que ya está". Te da masajes suaves que te relajan. Los músculos contracturados cuando se relajan duelen menos. Sales de las sesiones relajado y feliz. Sabes que esa sensación no va a durar mucho, pero mola pasar unas horas sin dolor.

- Fisioterapeuta tipo B (de Bestia): su opinión es más del tipo "para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos". Te mete los dedos en el músculo hasta que se hace daño (al menos eso me gusta pensar a mí, que él también sufre). Te hace gritar, te resbalan lágrimas por la cara, quieres que pare y que todo acabe. Sales de las sesiones mareado, te tiemblan las piernas, si tienes que coger le coche para ir a casa te acojonas porque parece que vas pedo. Esa noche apenas puedes acostarte, no encuentras una postura en la que no duela. Al día siguiente duele, pero cuando te acuestas por la noche notas que ha parado el dolor, y el bultito duro que te salía en la espalda y que era pura masa muscular agarrotada ya no está.

Yo he tenido ya varios fisios de ambos tipos. Ayer empecé una nueva tanda de sesiones porque a mi contractura habitual se ha sumado otra en los hombros, fruto del estrés. Y mi nueva fisio es del tipo B. Hoy tengo cita de nuevo y ya me he levantado acojonada.

viernes, 4 de junio de 2010

Trabajo especializado

Imagina que estudias hostelería. Acabas el tercero de tu promoción en la mejor escuela de cocina de tu país y consigues un trabajo como becario en el laboratorio donde los mejores cocineros de tu zona experimentan. Allí, básicamente, te dedicas a batir salsas y fregar cacerolas. Pero trabajas con gente que sabe mucho, y aprendes un montón. Te pagan lo suficiente para poder comprarte algún trapillo, sacarte el carnet de conducir y hacerte algún viajecillo.

Como ves que en tu zona el tema está complicado (hay trabajo, pero mal pagado), emigras. Te vas a Sabrosolandia, un país famoso por su alta cocina. Pero como no sabes hablar sabrosolón, te buscas un curro de limpiacristales de momento. Un año después, eres capaz de expresarte en sabrosolón y, cuando tienen ganas, los sabrosolones te entienden bastante bien.

Te sientes capaz de dar el salto, empiezas a mandar currículums a todos los restaurantes de la zona. Las entrevistas en sabrosolón no te salen demasiado bien, pero el haber sido tercero de tu promoción también pesa bastante. El gerente de un hotel, un tío que no tiene ni idea de cocina pero que es lo bastante coherente como para entender que eso es cosa de los cocineros, te dice que te va a dar una oportunidad. Te avisa de que, si no funcionas como cocinero, tendrás que fregar los suelos del hotel. No te quedarás sin trabajo pero tampoco te van a regalar nada.

Un año después, el gerente te llama a su despacho y te dice que está supersatisfecho con tu trabajo. Que ha hablado con todo el personal de cocina y que, sorprendentemente para alguien que ha recibido su formación fuera de Sabrosolandia, te las apañas muy bien. Te sube el sueldo un 20%. Te empiezan a encargar los platos más complicados del menú. Eres la persona de referencia cuando hay que enfrentarse a algo nuevo.

Con el tiempo, empiezas a echar de menos tu casa, tu familia, tus amigos. Realmente, Sabrosolandia no es para ti, y quieres regresar. El gerente del hotel te ofrece crear un restaurante especializado en platos de alta cocina, que llevarías tú. Pero ni con esas. Quieres volver.

Cuando vuelves, tu currículum es mucho más interesante. Después de moverte un poco por los restaurantes de tu tierra, encuentras uno que tiene un proyecto muy interesante. Quieren hacer algo muy novedoso con las verduras. Vale, las verduras no son tan apasionantes como las carnes, pero el hecho de que sea algo totalmente nuevo te convence. Aceptas el trabajo. Años después, el proyecto está un poco estancado. Hay crisis, la gente prefiere comer la verdura del modo tradicional antes que arriesgarse a probar platos de los que nunca había oído hablar. No ha salido como creías. Tienes que irte o te pasarás la vida haciendo purés de verdura normales y corrientes.

Después de eso, te vas a un restaurante muy conocido. Es, digamos, una sucursal pequeña de un restaurante muy grande. Te dices que has encontrado tu sitio, tiene las ventajas de los pequeños y también las de los grandes. Pero al cabo de un año, el restaurante principal decide que la sucursal en la que tú trabajas no está dando buenos resultados, y la vende a un grupo inversor. Tú te dedicabas a una cosa muy especializada con el bacalao, que era el plato más característico del restaurante principal. Pero el grupo inversor decide que no puede seguir dedicándose al bacalao, y te quedas sin trabajo.

El siguiente restaurante en contratarte es uno chiquitín, casi familiar. No hacen cosas novedosas, pero tú lo vas a dirigir. El gerente hace años que no se pone un delantal, solo se encarga de administrar el restaurante. Parece que hay muy buen rollo entre los empleados, y con el gerente. Cuando llevas un par de meses allí te das cuenta que el buen rollo es ficticio. El gerente ha recibido incluso demandas de ex-empleados. Los que todavía no se han ido es porque no han encontrado nada mejor. La cosa acaba como el rosario de la aurora y tienes que salir por patas, en medio de una crisis de ansiedad.

Como siempre que en tu vida te quedas sin opciones, decides emigrar de nuevo. Pero no tan lejos como Sabrosolandia, porque no tienes ganas de aprender más idiomas.

Te contratan en un sitio que hacen catering para bodas. Se trabajan muchas horas y los clientes son exigentes, regatean el precio y nunca parecen quedar contentos. No es exactamente lo que habías soñado cuando acabaste tus estudios, pero paga tus facturas. No aprendes nada nuevo, pero tampoco tienes ya edad de arriesgarte con proyectos novedosos.

El primer
catering que te encargan, tienes que organizarlo tú. Te toca una novia que está como una cabra, además de ser maleducada y tacaña como ella sola. Sale como el culo. Principalmente porque la novia quería un menú que no superase los 30 euros pero que incluyese al menos 3 platos de marisco. Cuando vieron que solo tocaba a una gamba por invitado, y que el pescado era de piscifactoría, se sintieron engañados. No te jode.

En tu empresa saben que la novia era una hija de p*t*, pero te echan una bronca del 10 y no te dan ni un duro de la paga de incentivos. Te dicen que les has decepcionado muchísimo, que cuando te contrataron tenían muchas expectativas puestas en ti.

El siguiente catéring que te encargan es para una boda pequeña, así que te dicen que lo tienes que hacer todo tú. No te ponen ni un pinche. Tienes que encargarte tú hasta de fregar los platos. La novia quiere un menú tradicional, con cordero y merluza. Tú le sugieres cosas más elaboradas pero no quiere. Le das lo que quiere y queda super contenta. Tu empresa, como parte de su procedimiento de evaluación de tu trabajo, le pregunta al padre de la novia (que es el que paga la comida) y el muy subnormal dice que no le ha molado nada, porque él realmente quería platos impronunciables y la merluza le parece muy de working-class.

Tu empresa sabe que el padre no es representativo, pero te echan una bronca del 10 y no te dan ni un duro de la paga de incentivos. Te dicen que les has decepcionado muchísimo, porque no habían bajado sus expectativas a pesar de que el primer
catering fue un fiasco.

Durante mucho tiempo no te encargan ningún
catering . Te aburres tanto que te llevas un libro al trabajo.

De repente, deciden que no puedes seguir mano sobre mano, y te dicen que vas a formar parte de un equipo que tiene que hacer un
catering para un cliente super-super-importante. Van a ser tropecientos invitados. No vas a ser el jefe de equipo, porque la boda es en la playa y de las bodas en las playas siempre se encarga otro. El jefe del equipo de bodas en la playa no te tiene mucho cariño, sabe que tu currículum es mejor que el suyo y no le mola nada que tú sepas cocinar, porque los jefes de equipo de tu empresa hace años que no se ponen un delantal, solo organizan.

Al principio empiezas con mucha ilusión, creyendo que te encargarán los platos más interesantes. Pero no, te mandan hacer la guarnición. Los platos interesantes se los encargan a gente que lleva pocos años cocinando. No lo entiendes pero, oye, no es tu proyecto, allá ellos. Te mandan rehacer la guarnición mil veces, no puede llevar cebolla porque la novia la aborrece, tiene que ser de color naranja porque va mejor con el tono tostado de la carne... Van añadiendo requisitos sobre la marcha. En fin, cansino pero fácil.

Cuando ya no le encuentran más pegas a tu guarnición, les dices que puedes encargarte de otra cosa. Y te dicen que tienes que revisar que han puesto los cubiertos en el orden correcto en todos los sitios.

Y empiezas a pensar que ya solo quieres cocinar en tu casa, para tu familia y tus amigos, Y que eras mucho más feliz cuando te dedicabas a limpiar cristales. Y que si tu hijo te dice que va a estudiar hostelería, le dirás "sobre mi cadáver".

martes, 1 de junio de 2010

Estrategia comercial

Por las mañanas compro algo de comer en una panadería cerca de la oficina. Tienen café para llevar y está bastante bueno, así que me he acostumbrado a coger uno. Te lo ponen en un vasito de cartón con su tapa de plástico y tal. Hasta hace poco solo había un tamaño. Ahora han sacado el tamaño maxi. En el cartel publicitario se ven los dos vasos, y el maxi es el doble de grande.

Hoy pensado que no me vendría bien una dosis extra de cafeína y me he pedido un maxi.

Normalmente colocan el vasito de cartón debajo de la cafetera, te ponen el café y luego añaden leche que calientan en una jarrita de metal. Lo normal, vamos.

Hoy han colocado el mismo vasito pequeño de cartón debajo de la cafetera y han puesto el café en él. Luego lo han vaciado en el vaso grande y han añadido leche que han calentado en una jarrita de metal.

Porque al imbécil que ha pensado en vender cafés tamaño maxi no se le ha ocurrido que los vasos grandes no caben en la cafetera de siempre.