viernes, 4 de junio de 2010

Trabajo especializado

Imagina que estudias hostelería. Acabas el tercero de tu promoción en la mejor escuela de cocina de tu país y consigues un trabajo como becario en el laboratorio donde los mejores cocineros de tu zona experimentan. Allí, básicamente, te dedicas a batir salsas y fregar cacerolas. Pero trabajas con gente que sabe mucho, y aprendes un montón. Te pagan lo suficiente para poder comprarte algún trapillo, sacarte el carnet de conducir y hacerte algún viajecillo.

Como ves que en tu zona el tema está complicado (hay trabajo, pero mal pagado), emigras. Te vas a Sabrosolandia, un país famoso por su alta cocina. Pero como no sabes hablar sabrosolón, te buscas un curro de limpiacristales de momento. Un año después, eres capaz de expresarte en sabrosolón y, cuando tienen ganas, los sabrosolones te entienden bastante bien.

Te sientes capaz de dar el salto, empiezas a mandar currículums a todos los restaurantes de la zona. Las entrevistas en sabrosolón no te salen demasiado bien, pero el haber sido tercero de tu promoción también pesa bastante. El gerente de un hotel, un tío que no tiene ni idea de cocina pero que es lo bastante coherente como para entender que eso es cosa de los cocineros, te dice que te va a dar una oportunidad. Te avisa de que, si no funcionas como cocinero, tendrás que fregar los suelos del hotel. No te quedarás sin trabajo pero tampoco te van a regalar nada.

Un año después, el gerente te llama a su despacho y te dice que está supersatisfecho con tu trabajo. Que ha hablado con todo el personal de cocina y que, sorprendentemente para alguien que ha recibido su formación fuera de Sabrosolandia, te las apañas muy bien. Te sube el sueldo un 20%. Te empiezan a encargar los platos más complicados del menú. Eres la persona de referencia cuando hay que enfrentarse a algo nuevo.

Con el tiempo, empiezas a echar de menos tu casa, tu familia, tus amigos. Realmente, Sabrosolandia no es para ti, y quieres regresar. El gerente del hotel te ofrece crear un restaurante especializado en platos de alta cocina, que llevarías tú. Pero ni con esas. Quieres volver.

Cuando vuelves, tu currículum es mucho más interesante. Después de moverte un poco por los restaurantes de tu tierra, encuentras uno que tiene un proyecto muy interesante. Quieren hacer algo muy novedoso con las verduras. Vale, las verduras no son tan apasionantes como las carnes, pero el hecho de que sea algo totalmente nuevo te convence. Aceptas el trabajo. Años después, el proyecto está un poco estancado. Hay crisis, la gente prefiere comer la verdura del modo tradicional antes que arriesgarse a probar platos de los que nunca había oído hablar. No ha salido como creías. Tienes que irte o te pasarás la vida haciendo purés de verdura normales y corrientes.

Después de eso, te vas a un restaurante muy conocido. Es, digamos, una sucursal pequeña de un restaurante muy grande. Te dices que has encontrado tu sitio, tiene las ventajas de los pequeños y también las de los grandes. Pero al cabo de un año, el restaurante principal decide que la sucursal en la que tú trabajas no está dando buenos resultados, y la vende a un grupo inversor. Tú te dedicabas a una cosa muy especializada con el bacalao, que era el plato más característico del restaurante principal. Pero el grupo inversor decide que no puede seguir dedicándose al bacalao, y te quedas sin trabajo.

El siguiente restaurante en contratarte es uno chiquitín, casi familiar. No hacen cosas novedosas, pero tú lo vas a dirigir. El gerente hace años que no se pone un delantal, solo se encarga de administrar el restaurante. Parece que hay muy buen rollo entre los empleados, y con el gerente. Cuando llevas un par de meses allí te das cuenta que el buen rollo es ficticio. El gerente ha recibido incluso demandas de ex-empleados. Los que todavía no se han ido es porque no han encontrado nada mejor. La cosa acaba como el rosario de la aurora y tienes que salir por patas, en medio de una crisis de ansiedad.

Como siempre que en tu vida te quedas sin opciones, decides emigrar de nuevo. Pero no tan lejos como Sabrosolandia, porque no tienes ganas de aprender más idiomas.

Te contratan en un sitio que hacen catering para bodas. Se trabajan muchas horas y los clientes son exigentes, regatean el precio y nunca parecen quedar contentos. No es exactamente lo que habías soñado cuando acabaste tus estudios, pero paga tus facturas. No aprendes nada nuevo, pero tampoco tienes ya edad de arriesgarte con proyectos novedosos.

El primer
catering que te encargan, tienes que organizarlo tú. Te toca una novia que está como una cabra, además de ser maleducada y tacaña como ella sola. Sale como el culo. Principalmente porque la novia quería un menú que no superase los 30 euros pero que incluyese al menos 3 platos de marisco. Cuando vieron que solo tocaba a una gamba por invitado, y que el pescado era de piscifactoría, se sintieron engañados. No te jode.

En tu empresa saben que la novia era una hija de p*t*, pero te echan una bronca del 10 y no te dan ni un duro de la paga de incentivos. Te dicen que les has decepcionado muchísimo, que cuando te contrataron tenían muchas expectativas puestas en ti.

El siguiente catéring que te encargan es para una boda pequeña, así que te dicen que lo tienes que hacer todo tú. No te ponen ni un pinche. Tienes que encargarte tú hasta de fregar los platos. La novia quiere un menú tradicional, con cordero y merluza. Tú le sugieres cosas más elaboradas pero no quiere. Le das lo que quiere y queda super contenta. Tu empresa, como parte de su procedimiento de evaluación de tu trabajo, le pregunta al padre de la novia (que es el que paga la comida) y el muy subnormal dice que no le ha molado nada, porque él realmente quería platos impronunciables y la merluza le parece muy de working-class.

Tu empresa sabe que el padre no es representativo, pero te echan una bronca del 10 y no te dan ni un duro de la paga de incentivos. Te dicen que les has decepcionado muchísimo, porque no habían bajado sus expectativas a pesar de que el primer
catering fue un fiasco.

Durante mucho tiempo no te encargan ningún
catering . Te aburres tanto que te llevas un libro al trabajo.

De repente, deciden que no puedes seguir mano sobre mano, y te dicen que vas a formar parte de un equipo que tiene que hacer un
catering para un cliente super-super-importante. Van a ser tropecientos invitados. No vas a ser el jefe de equipo, porque la boda es en la playa y de las bodas en las playas siempre se encarga otro. El jefe del equipo de bodas en la playa no te tiene mucho cariño, sabe que tu currículum es mejor que el suyo y no le mola nada que tú sepas cocinar, porque los jefes de equipo de tu empresa hace años que no se ponen un delantal, solo organizan.

Al principio empiezas con mucha ilusión, creyendo que te encargarán los platos más interesantes. Pero no, te mandan hacer la guarnición. Los platos interesantes se los encargan a gente que lleva pocos años cocinando. No lo entiendes pero, oye, no es tu proyecto, allá ellos. Te mandan rehacer la guarnición mil veces, no puede llevar cebolla porque la novia la aborrece, tiene que ser de color naranja porque va mejor con el tono tostado de la carne... Van añadiendo requisitos sobre la marcha. En fin, cansino pero fácil.

Cuando ya no le encuentran más pegas a tu guarnición, les dices que puedes encargarte de otra cosa. Y te dicen que tienes que revisar que han puesto los cubiertos en el orden correcto en todos los sitios.

Y empiezas a pensar que ya solo quieres cocinar en tu casa, para tu familia y tus amigos, Y que eras mucho más feliz cuando te dedicabas a limpiar cristales. Y que si tu hijo te dice que va a estudiar hostelería, le dirás "sobre mi cadáver".

2 comentarios:

Ken Solver dijo...

Al final te compras una ametralladora y apareces en la plaza del pueblo repartiendo plomo a discreción.

Izaskun dijo...

Sí, la próxima vez que me llamen a una reunión diré: "venga, alégrame el día" ;-)