lunes, 30 de mayo de 2011

La Nada

Cuando era pequeña iba a un colegio que estaba muy cerca de mi casa. Se veía si mirabas por la ventana. Para llegar había que cruzar un descampado, cuesta arriba. Si hacía buen tiempo cogía un atajo campo a través, entre la hierba. Pero cuando llovía tenía que dar un rodeo para pisar siempre en cemento y no perder una katiuska en un charco de barro. En Bizkaia llueve mucho, por cierto.

Cuando había niebla, el colegio no se veía desde casa. Salía del portal y enfilaba el camino al colegio, pero solo veía una masa gris delante. El colegio no estaba. Iba caminando hacia un sitio que no veía. Por el camino, siempre pensaba que quizás el camino no acababa en el colegio, quizás el colegio se había esfumado durante la noche, quizás seguía caminando y caminando y no llegaba nunca a ningún lado. Y tampoco podría volver a casa, porque si miraba atrás mi casa tampoco se veía.

Cuando leí La Historia Interminable y Michael Ende describía "la Nada", yo me acordaba de la niebla que se tragaba el colegio y mi casa, mi origen y mi destino, y me dejaba en medio del camino que no partía de ningún sitio ni llegaba a ninguna parte.

- [...] Donde estaba el lago no hay nada... Simplemente nada, ¿comprendéis?
- ¿Un agujero? - gruñó el comerrocas.
- No, tampoco un agujero - el fuego fatuo parecía cada vez más desamparado -. Un agujero es algo. Y allí no hay nada.
Los otros tres mensajeros intercambiaron miradas.
- ¿Qué aspecto tiene ... huyhuy ... esa nada? - preguntó el silfo nocturno.
- Eso es precisamente lo que es tan difícil de describir - aseguró el fuego fatuo con tristeza -. En realidad, no se parece a nada. Es como... como... Bueno, ¡no hay palabras para describirlo!
- ¿Como si uno se quedara ciego al mirar ese lugar, no? - se le ocurrió al diminutense.


Hoy venía a la oficina desde casa y había una niebla espesa, fría y húmeda. En medio de la autopista he tenido la misma sensación.

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