jueves, 26 de mayo de 2011

Ohlàlà

Cuando vivía en Alemania intentaba pasar siempre las navidades en casa. El primer año no lo hice, porque me acababa de mudar hacía poco, y todavía me acuerdo del bajón que me pegó en Nochebuena. El bajón y la borrachera y la resaca del día siguiente.

Había unos 1.800km desde el pueblecito de Baviera hasta el mío. Me hice el viaje en coche la mayoría de las veces. Casi siempre acompañada. Menos una vez que me vine yo sola con mi inseparable perro. El perro no sabía conducir, no me daba conversación y no me pasaba las gafas de sol cuando se lo pedía.

El problema del viaje era que entre Alemania y España hay un país un poco incómodo que se llama Francia. Lleno de franceses que hablan un idioma que yo no entiendo, que usaban una moneda distinta (aquello era antes del euro), con autopistas de pago (en Alemania son gratis), gasolina carísima (más que en Alemania, flípalo), límites de velocidad absurdos (130 sin lluvia, 120 si llueve) y las áreas de servicio más acojonantes del mundo.

Para cruzar Francia sin volverte loco necesitabas una tarjeta de crédito. Con eso podías pagar gasolina, autopistas y hotel. No comprabas ni comida ni bebida, porque a saber lo que es, que está todo en francés.

Repostabas en la última gasolinera antes de cruzar la frontera pero no podías cruzarte todo el país con un depósito, así que te veías obligado a repostar otra vez más antes de llegar a la frontera del otro lado. Eso no es problema si no te sales de la autopista, porque las gasolineras aceptan tarjetas de crédito, están abiertas 24 horas y no tienes ni que hablar con el francés que está allí.

El hotel era obligatorio si viajabas solo. Si ibas acompañado existía la posibilidad de turnarse o de dormir en el coche en una de esas áreas de servicio tan acojonantes. Pero una chica sola no duerme dentro del coche en un área de servicio por muy acojonante que sea.
Llevo un rato buscando en el blog de Barbijaputa la vez que iba para Barbicity y paró a dormir en el coche y su madre le llamaba por teléfono... pero no he encontrado esa entrada y en cambio me he pasado casi 40 minutos leyendo cosas que me han hecho llorar de risa.

En Francia existían ya entonces los hoteles de autopistas (Formule 1, Ibis). Vas a cualquier hora y puedes coger una habitación y pagarla en una especie de cajero automático. Te vas cuando has dormido y punto. Rápido, fácil, cómodo, limpio y no demasiado caro (por lo que yo recuerdo). De nuevo, eso no es problema si no te sales de la autopista.

Pero en Francia no saben señalizar. Es la única explicación que se me ocurre para lo que me pasó aquella vez. Porque yo sabía que tenía que ir hasta París, intentar rodearla (eso era lo más difícil) y luego seguir hacia abajo dirección Burdeos. Todo sin salirme de la autopista. Si lo miras en un mapa, no es demasiado recto. Lo guay sería atravesar Francia recto, para pasar el menor tiempo posible allí, pero no había autopistas rectas.

Esa vez que yo viajaba sola con mi perro, cuando estaba a varios cientos de kilómetros de París vi una señal azul que indicaba Burdeos. Y me dije "alabado sea el nombre de Ikea, han hecho por fin una autopista recta y me voy a ahorrar un montón de tiempo y de dinero". Y seguí la señal azul.

Fue un error. Un error muy gordo. Mucha gente me dice que el error fue mío, que la señal no era azul sino verde. En aquella época no tenía un móvil con cámara, ni Twitter, ni WhatsApp ni nada de eso. Si lo hubiese tenido podría demostrar que era azul. Pero a estas alturas ya da igual.

Como habéis deducido, aquello no era una autopista. Era una carretera francesa. Una carretera sin gasolineras 24 horas, sin hoteles 24 horas...

Tuve que pagar una verdadera animalada para dormir unas horas en un hotel en el que no querían dejar entrar a mi perro. Había un francés en recepción que daba mucho miedo.

Me encontré a las 5 de la mañana de un domingo sin gasolina, en una gasolinera cerrada, y sin posibilidad de comprarla porque el surtidor no aceptaba mi tarjeta de crédito, solo quería tarjetas franchutes.

Intenté que algún francés de los que pararon allí en las horas que estuve esperando me dejase utilizar su tarjeta pagándoles un marco por cada franco. El marco valía 85 pesetas, el franco 22. Pero no querían. Además, se negaban a hablarme en inglés, en alemán o en castellano. Que "yenecomprepá" decían.

Al final tuve que conducir hasta un pueblo que había a 5km y convencí al panadero de que me cambiase pesetas por francos. Todo el camino de ida y vuelta pensaba que mi coche iba a pararse. Nunca había visto la aguja de la gasolina tan tumbada. Cuando volví a la gasolinera con billetes franceses, estaba abierta y me aceptaron la tarjeta de crédito que no quería el surtidor. Cuando intenté contarles el problema que había tenido, por solidaridad con futuros viajeros tan lers como yo, me dijeron... "yenecomprepá".

En el viaje de vuelta llevaba dinero francés y no me salí del camino que conocía.

Desde entonces siempre digo: si tu vida depende de un francés... date por muerto.

Nota: seguro que hay algún francés en el mundo que no sea mala persona. Pero esa noche no se cruzó en mi camino.


3 comentarios:

Lo que diga el espantapájaros dijo...

Jajajaja, menuda serie de desastres! Menos mal que ahora existen los gps! Anda que tú también... tiene tela que no llevaras ni un franco!

Bruja Naranja dijo...

A mí no me salvan ni los gps: si veo una señal azul que antes no estaba pienso que el gps no está actualizado. Que ese día llevaba mapas, y pensé lo mismo! :-D

Lo que diga el espantapájaros dijo...

Jajajaja. Vale, lo reconozco... en alguna ocasión he hecho lo mismo. Si veo una señal distinta a lo que dice el gps, voy y la sigo. Y me pierdo.